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Marcial Maciel sobre la masturbación

Sólo razones malintencionadas y cobardes pueden llevar a los superiores legionarios a seguir ocultado la verdadera autoría de las “Cartas de Nuestro Padre”. Mantener la mentira de las Cartas significa seguir encubriendo la escabrosa estafa que Maciel ha supuesto para la Iglesia. Y además es un pecado grave, pues los destinatarios de esos textos y todos los cristianos escandalizados tienen derecho a conocer la verdad sobre el origen de las denominadas “Cartas de Nuestro Padre”.

 

Para constatar la magnitud del engaño, y el bochorno y la desazón que sienten tantos Legionarios y miembros del Regnum Christi, traemos aquí unos extractos de una carta del año 1988 en la que Maciel imparte consejos sobre la masturbación:

El que formó un harem de niños para que en la enfermería le menearan el falo cada noche, escribe: 

Hablando de la fidelidad al voto de castidad y de la custodia de la pureza corporal, quisiera ofrecerles algunas orientaciones acerca de un pro­blema particular que puede presentarse en su vida. Me refiero al problema del autoerotismo…

Es muy triste y doloroso caer en este pecado, que ofende gravemente a Dios y trastorna en forma humillante la armoniosa jerarquía de los diversos componentes de la persona humana. Con todo, el alma que vive en una permanente relación de amistad delicada con Dios nuestro Señor, y cae por sorpresa o por una debilidad momentánea, encuentra en el mismo dolor de haber ofendido a Dios el estímulo y el impulso para levantarse de inmediato, con la ayuda de la gracia, y saca la lección para incre­mentar una actitud de mayor vigilancia y de fervor espiritual. Algunas veces Dios permite estas humi­llaciones para sacudir al hombre que va cayendo en la tibieza o que ha aflojado la marcha en el camino de la santidad.

LC60ANIV (10)

Con grandísima hipocresía, el fundador advierte de los peligros que supone el vicio habitual de la masturbación:

Lo que sí resulta altamente preocupante, es el peligro de que alguno pudiera llegar a adquirir el hábito del autoerotismo. Porque el hábito contiene una fealdad y una maldad intrínsecas: Ante todo, es fuente permanente de ofensas a Dios, encierra a la persona en su egoísmo, y -en el caso de un reli­gioso- compromete seriamente la vocación. Un hábito de este tipo provoca a la larga daños muy serios: nerviosismos, obsesión, un estado de cansancio ha­bitual, decepción y disgusto de sí mismo, tristeza, melancolía, sentido de frustración. Se puede llegar a vivir de tal manera obsesionado por ese único polo de interés, que disminuye la atención y el rendimiento en cualquier otro tipo de actividad. La voluntad se debilita hasta el extremo de no poder ejercer ningún dominio sobre la esfera sensible. Para el consagrado, lo mismo que para el seglar, el hábito de la masturbación puede detener el proceso de maduración de la persona en el estadio del adolescente y por ello conducirlo a otros fracasos en la vida.

Una de las peores consecuencias de este hábito es que con frecuencia el individuo llega al conven­cimiento de que ya no puede liberarse de él; se siente irremisiblemente encadenado por su propia pasión. Siempre hay, sin embargo, la posibilidad de sacudirse ese yugo, si bien es cierto que cuanto más tiempo se deja enraizar el hábito, más difi­cultad se encuentra en erradicarlo.

Continúa con la típica crítica legionaria a los sacerdotes “infieles y desviados”. ¡Cuánto error hay entre los sacerdotes no legionarios!

Hay toda una corriente psicológica que, a par­tir de Freud, pretende justificar e incluso de defender la necesidad física y psíquica de la mas­turbación, como factor de equilibrio y de desarro­llo de la personalidad. No han faltado, por des­gracia, sacerdotes y religiosos que se han dejado encandilar por estas doctrinas y las han divulgado desde el confesionario y desde el despacho de con­sultoría. Por el contrario, el magisterio de la Iglesia siempre ha afirmado la malicia intrínseca de este acto. Así, en la declaración «Persona Hu­mana», del 19 de diciembre de 1975, la Congregación para la Doctrina de la Fe insiste en que «la mas­turbación es un acto intrínseca y gravemente desor­denado» (n.9).

Y el pseudo-fundador remacha el tema hablando de la especial contradicción que supone este pecado en uno que ha profesado voto de castidad. ¿Cuantas veces renovó Maciel este voto ante sus legionarios?

El hábito del autoerotismo reviste una parti­cular gravedad en el hombre que se ha consagrado a Dios con voto de castidad. Como ustedes bien saben, este voto no consiste únicamente en la renuncia al matrimonio; conlleva también el compromiso formal de practicar interior y exteriormente la virtud de la castidad. Quebrantar de modo habitual y en mate­ria grave un voto religioso, es vivir en una conti­nua y aberrante contradicción. ¡Cómo ayuda a supe­rar toda tentación el recuerdo de nuestra condi­ción de «consagrados»! Dios nos ha «separado» y nos ha «dedicado» total y exclusivamente a Sí mismo. Por el bautismo nuestro cuerpo es ya Templo del Es­píritu Santo. Por la profesión religiosa toda nues­tra persona, cuerpo y alma, ha cobrado un valor de sagrado, como aquellos objetos o lugares de culto que la Iglesia dedica al uso exclusivo de la litur­gia.

Finalmente, unas palabras de aliento para que nadie vaya a pensar mal de sus compañeros. La legión es lo más santo que hay en la Iglesia:

Afortunadamente nosotros podemos dar gracias a Dios de que en la Legión reine mucha delicadeza en este campo. No obstante, si alguno de ustedes tu­viese la desgracia de incurrir en este hábito, sea generoso, sea honesto; confíe mucho en la gracia de Dios y trabaje con ahínco por salir cuanto antes de este problema.

17/05/2010 at 4:48 PM 6 comentarios


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