DOBLE VIDA

29/04/2015 at 3:59 PM

La doble vida de Marcial Maciel

Fue a finales de los ochenta. Un legionario que había trabajado durante algunos años como secretario personal del P. Maciel impartía una de las habituales charlas en Roma. Como era frecuente en la Legión, aquel hombre relataba en tono grandilocuente un sinfín de anécdotas que ensalzaban la figura de “Nuestro Padre”. En el fundador todos veíamos un santo y un hombre digno de admiración por su espíritu emprendedor, su vida repleta de sinsabores granjeados por su afán de llevar a término el plan de Dios, y un maestro que alcanzaba un ideal de perfección que nosotros, pobres mediocres, no lográbamos. Mientras el discurso de aquella conferencia corría entre relato y relato, algo llamó poderosamente mi atención.

–Una de mis experiencias más íntimas con Nuestro Padre– nos contaba el sacerdote –fue tener que comunicarle la muerte de Mamá Maurita (así llaman los legionarios a la madre del fundador). Mamá Maurita murió el día de navidad de 1977 y para mí fue muy tenso y triste no haber encontrado a Nuestro Padre hasta ocho días después de haber enterrado a su madre-.

Recuerdo con toda nitidez que yo me quedé absorto al escuchar ese relato. Si la madre del fundador había muerto el día de Navidad, ¿dónde había pasado Nuestro Padre la Navidad y el Año Nuevo? Porque las Constituciones dejan claro que todos los legionarios deben pasarlas en la propia comunidad. Para entonces yo ya había podido comprobar que el P. Maciel no se ajustaba a las normas con que a nosotros nos cuadriculaban la vida religiosa, pero no alcanzaba a imaginarme que el fundador estuviera el periodo navideño entero alejado de todo contacto con la Legión y con su propia familia.

Tiempo después el P. José Félix Medina contaba a los novicios de Cheshire, CT, (US) cómo Nuestro Padre con frecuencia partía de viaje en solitario. Nos decía que nadie sabe a dónde va ni los asuntos que lleva entre manos. –A él le gusta ser discreto. –Sabemos que en sus viajes a veces ha ayudado a congregaciones religiosas muy pobres. –Unas monjas de Nayarit un día me comentaron que estaban agradecidísimas al P. Maciel por toda la ayuda económica recibida.

Meses más tarde, los novicios estábamos en la quiete (el único momento del día en que los hermanos pueden dialogar entre ellos) cuando un hermano empezó a comentar que Nuestro Padre tenía un pasaporte falso. –Está tan perseguido en México que tiene que usar un pasaporte falso para no dejar pistas. –¿Pero cómo es posible? –preguntaba un hermano norteamericano. –En mi tierra todo es posible con una buena mordida –respondía otro mexicano. –Además, él tiene permiso de la Santa Sede para estas cosas debido a su posición tan delicada. –A veces es el Papa mismo el que le pide gestiones delicadísimas.

Así circulaban entre los hermanos un sinfín de mentiras y medias verdades sobre el idolatrado fundador.

¿Cómo pudo Maciel llevar una doble vida, y que ésta fuese ajena a toda su congregación? En realidad no pudo. Sus más íntimos colaboradores, y al final también la totalidad de los superiores mayores, pudieron hacerse una idea más o menos nítida de cuál era el modus vivendi de Marcial Maciel. El resto de los legionarios sólo podía percibirlo de soslayo. Los acontecimientos les iban revelando poco a poco, no de golpe, que el fundador no vivía como legionario; además muchos pudieron comprobar que esa vida “impropia” contenía profundas resquebrajaduras morales. Precisamente esta es la razón por la que muchos de los que han sido superiores en la Congregación ahora están defenestrados y proscritos: porque se han desengañado del sistema y saben demasiadas cosas.

Marcial Maciel hacía las maletas con frecuencia. Casi la mitad de las noches de su vida las pasó en hoteles o en casas de vacaciones alquiladas, siempre de excelente calidad. El secretario personal le acompañaba al aeropuerto y allí le dejaba. El hombre que escribía a sus religiosos pidiéndoles que no se quitaran la chaqueta negra en el avión porque era un signo de “aseglaramiento”, cuando viajaba, vestía un traje de color discreto y corbata oscura, nunca traje clerical. No se hubiera visto bien “de cura” viajando en «primera”. Frecuentemente, ni siquiera el secretario personal sabía el destino del viaje. Y si el fundador no lo decía, el secretario no debía preguntar. A veces Maciel le decía: “tengo la vuelta dentro de ocho días, venga a recogerme”. El billete podía sacarse en el mismo aeropuerto. El coste, por supuesto, no era importante, él era el único legionario dispensado de rendir cuentas. Se le proveía de inagotables fondos porque no podía haber obstáculos económicos para una misión de la envergadura que Dios le estaba pidiendo al fundador. (Mientras él gastaba sin freno, en Salamanca nos rompíamos la cabeza para ver cómo pedir limosnas y apretarnos el cinturón porque con la devaluación del peso mexicano de mediados de los ochenta la Legión perdía millones. Fue entonces cuando a los novicios nos empezaron a dar de comer verdura medio podrida de la que sobraba en Mercamadrid. Todavía no se había producido el milagro americano del P. Anthony Bannon, que llenó de dólares las arcas legionarias.)

Muchas veces no estaba prefijado el destino de sus viajes: había varios lugares del mundo donde él encontraba lo que buscaba, y si un destino fallaba, valía otro: sus paraísos eran más terrenales que celestiales. Nadie, ni el mismísimo Vicario General, se atrevería a preguntar por el paradero del P. Maciel, y si lo hacía alegando alguna razón de peso, casi siempre obtendría una respuesta evasiva del secretario personal, un “imposible encontrarle”.

El que fuera Administrador General de la Congregación a principios de los noventa, el entonces P. Stephen Fitcher, L.C. ha declarado que cada vez que Maciel salía de Roma le entregaba cinco mil dólares y otra cantidad equivalente en la moneda del país al que iba a viajar: “él era para mí un héroe, yo nunca le hubiera cuestionado”, dijo Fitcher. Posteriormente la cosa fue más sencilla, porque la Administración General concedió al P. Maciel una tarjeta de crédito American express Gold con la que pagar sus elevadísimos gastos de una forma más discreta (Los legionarios tienen prohibido el uso de tarjetas bancarias).

Así de simple, ni siquiera los Directores Territoriales, el Vicario General, el Secretario General o el Secretario personal… nadie sabía por dónde andaba el fundador la mayor parte del tiempo. Los escasos días que pasaba visitando comunidades, se hospedaba en hoteles. Salía del centro cuando los religiosos estaban en la capilla o cenando, aunque siempre había algún rezagado que dejaba escapar su mirada indiscreta. Otros llegamos a espiarle aposta, impresionados al verle salir en “traje de seglar” del centro que había visitado. Casi nunca dormía en el Centro Comunitario. En algunas ciudades tenía sus propias casas de uso particular: al menos en Roma, México D.F., Cuernavaca, Cotija y Reajo del Roble, Madrid. Algunas de esas casas eran conocidas y en ellas el P. Maciel se dejaba acompañar por religiosos de la Congregación, pero otras, como el piso del centro de Roma, eran secretas. Sólo unos pocos de los cientos de legionarios que vivían en la Ciudad Eterna sabían de su existencia. ¿Para qué usaba Marcial Maciel su piso de Roma teniendo como tenía, estancias exclusivas tanto en la Dirección General como en el Teologado? Sus habitaciones en el Teologado, que sólo usó unos pocos días en toda su vida, eran facilmente reconocibles para nosotros: eran las únicas ventanas con extractores de aire acondicionado. Me consta que durante un periodo de tres años seguidos, Maciel sólo usó esas habitaciones cuatro días. Para los hermanos que compartían ese ala del edificio era una mortificación, porque se les obligaba a mudarse a otra zona. Alguno de los secretarios particulares ha reconocido que en esas casas solía haber publicaciones pornográficas.

Maciel no pasaba en la misma casa más de dos meses seguidos: durante semanas enteras nadie sabía su paradero. Algún vecino, tan ocioso como observador, ha comentado que le vio pasar periodos de diez días en la costa italiana, de vacaciones, con una familia, sin hacer la más mínima vida religiosa. –“Ni siquiera celebraba o escuchaba misa el domingo”- declara este testigo. He de confesar que cuando recibí este testimonio nunca pensé que se trataba de su propia familia.

Estos largos periodos de ausencia en solitario, frecuentísimos, se mantienen desde los años cincuenta. En esa década la Legión se hace económicamente fuerte con su primera obra de apostolado, que también es la primera fuente de ingresos no procedentes de donaciones. El P. Maciel, en su autoconciencia, pasa de ser un pedigüeño a ser un empresario como aquellos esposos de las ingenuas mujeres a las que encandilaba con su presencia seductora. Los viajes estrictamente de placer comenzaron entonces, en los cincuenta. Uno de los denunciantes por abusos sexuales escribió una carta testimonial el año 1976, en la que recuerda las giras por España, Italia y Marruecos, con el único fin de conseguir la dolantina, el derivado de la morfina con el que Maciel “calmaba los fortísimos dolores intestinales” que le llevaban a necesitar masajes libidinosos en la enfermería. Otros cuentan las mismas peripecias, esta vez por Nueva York y Texas.

Recuerdo su visita a Salamanca en los noventa, cuando yo realizaba mi año de Humanidades. En el centro del colegio, en el primer piso, frente al coro de la capilla, estaban las estancias del fundador: una habitación doble con baño y un despacho al que sólo entraba el hermano que semanalmente se encargaba de la limpieza. Cuando nos visitaba “Nuestro Padre”, sólo usaba el despacho para tratar algún asunto, o para hablar con algún superior, aunque él prefería pasear por los jardines. El dormitorio no lo usaba, si no era para la siesta, puesto que al caer la tarde, y siempre en el momento en que estábamos todos en la capilla, o cenando en el comedor, él salía con el secretario, que le llevaba al Parador de Salamanca a dormir. Uno de esos días en que yo andaba perdido “fuera de la voluntad de Dios”, esto es, fuera de la actividad común para todos, vi salir a mi fundador vestido con un plumas roc-noice y camisa blanca de cuello, despojado de la sotana y de cualquier otra vestimenta clerical. Lo llevaban a dormir al Parador. ¿Qué nos decían? -Nuestro Padre ha sufrido tanto en la vida que es hipersensible. -Cualquier ruido le molesta. -Tiene insomnio y a veces necesita medicarse para dormir. -Por eso no puede quedarse con la comunidad, porque hacemos mucho ruido y no descansa-. Sí, así era. Los culpables de que Maciel tuviera que ir al Parador de Salamanca a dormir éramos nosotros, que no sabíamos ser lo suficientemente silenciosos.

Así las cosas, era muy difícil que un religioso estuviese todo un día completo con el Superior General, a excepción de sus propios secretarios particulares. (Estos le duraban dos o tres años, tras los cuales, o salían asustados de la congregación, o terminaban viviendo a su manera la vida religiosa, algunos algo tocados de la cabeza.) Por otro lado, el P. Maciel no escogía a sus secretarios por criterios de efectividad, sino por criterios afectivos. El que le parecía más atractivo o empático, ese era elegido. Ya por entonces, el P. Maciel adolecía de desequilibrios afectivos y mendigaba cariño inconscientemente, como tantos hombres.

Se nos decía que Nuestro Padre tenía un don especial para adivinar cómo eran las personas con sólo ver su fotografía. ¿Por qué? Porque cuando llegaba el momento de remover a los religiosos, él tomaba decisiones sobre unos y otros cambiándolos de destino pastoral, conociéndoles sólo por una fotografía que le mostraban del interesado. Lo hacía con total seguridad y aplomo: al que veía más guapo o aparente le daba el mejor puesto.

Eso sí, las horas que el fundador pasaba con la comunidad, su conducta siempre era intachable: era una efigie perfecta, de porte noble, ponderado, seguro de sí, con la respuesta adecuada, con una caridad y un detalle externamente exquisitos para con todos… Pero cuando raspabas, cuando intentabas conocerle por dentro, entonces veías que nunca hablaba de sí mismo, que no llegabas a saber quién era, que escondía sus sentimientos y emociones. Sólo conocíamos al Maciel que él creía ser, no al que era de verdad. Cuando le escuchabas en sus conferencias (las “questions”) descubrías algunos aspectos que chirriaban desde el sentir cristiano, pero siempre encontrabas alguna justificación en tu interior; él había realizado una ingente obra de Dios y no podía estar mal.

Hoy sabemos con certeza qué tipo de obras de caridad realizaba en sus misteriosos viajes. Sabemos que no fue un hombre “tocado” por Dios, sino un impostor que se dio una buena vida a costa de sacrificios ajenos. Llevó dos vidas paralelas y en lo único que coincidían el Maciel fundador y el Maciel crápula era en las ansias de grandeza. Podemos comprender que fue un hombre desarraigado y roto, que nunca tuvo un hogar en la Legión, y que tampoco lo tuvo fuera. En esos constantes viajes con los que llenaba su vida estaba siempre huyendo de sí mismo como un cínico cuyo principal pecado no fue la lujuria ni la codicia, sino la mentira.

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El encubrimiento a Maciel, cada día más evidente Un testimonio de exlegionarios


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